lunes, 12 de marzo de 2012

Es sólo tu imaginación



(Editado a la última versión revisada 30 Ene 2013)


Aldonsa González Ortega

Es sólo tu imaginación

—No apagues la luz mamá. Por favor por favor por favor.
         Rogaba desde su cama la pequeña con ojos llorosos.
         —Ay Sofí. Ya tienes ocho años, estas grandecita como para dormir con la luz encendida.
         Se quejó la mujer con cansancio, al escuchar lo que su hija le pedía todas las noches. Terminó de amarrar el cordón de la lámpara y bajó de la silla donde estaba subida, dejando esta al lado de la puerta.
         —Pero mamá…
         —Nada de peros. A dormir ya.
         La puerta se cerró a pesar de las súplicas de la pequeña Sofí, quedándose sola en la oscuridad.
         ¿Sola? Sofí en verdad esperaba que fuera así.
         Alzó la vista en dirección a la lámpara, la última luz que le quedaba, ahora lejos de su alcance. Si se daba prisa, podría abrir las cortinas y dejar entrar el brillo de la luna, que aunque poca, ayudaría a que las sombras permanecieran en su lugar. El único problema con eso, era que tendría que salir de la cama y arriesgarse a cruzar por la oscuridad, algo que le parecía casi imposible de hacer. Pero tenía que intentarlo.
         —U..una… dos… y… y a las de…      
         Pero el tres no llegó a salir de su boca.
         Algo había cambiado en la habitación, estaba tan segura de esto, como que su nombre era Sofí y el de su muñeca favorita Clara.
         Pero ¿Por qué tan pronto? Apenas habían pasado unos minutos desde que su madre apagara la luz y cerrara la puerta. Aún era muy pronto para que…
         ¿Por qué ya estaba ahí?
         Uno de sus pies se encontraba ya en el piso, listo para correr, pero el segundo seguía sin atreverse a bajar y apresurarse en dirección de la ventana.
         “Eso” se movió.
         Sofí ahogó un grito de miedo y se ocultó completamente bajo las sábanas temblando, con los ojos fuertemente cerrados. Ya estaba en el cuarto, no tenía ninguna oportunidad, ninguna.
         Recordaba la vez que se había aventurado a abrir las corinas con Eso ya en su habitación. Cuando quiso volver a su cama, orgullosa por su hazaña, Eso se había metido entre las sábanas para protegerse de la luz lunar. Esa noche tuvo que dormir en la cama de sus padres…
         Sin dejar de temblar, tomó el borde de la sábana y la bajó con mucha lentitud hasta dejar su rostro descubierto, poco arriba de la altura de la nariz. Le daba miedo mirarlo, pero le daba aún más miedo no saber dónde se encontraba.
         Y lo vio.
         Estaba sentado en una esquina apartada, con sus ojos vacíos clavados en ella. Permanecía inmóvil como una sombra más, pero Sofí sabía que no era así. Eso jugaba con las siluetas de sus muñecos, las transformaba en cosas horribles, igual de horribles que Eso.
         Cerró los ojos con mucha fuerza, repitiendo en voz baja las palabras que su madre le decía cada vez que ella se quejaba por tener que dormir con la luz apagada.
         —No es real, es tu imaginación, no es real, los monstruos no existen, no es real…
         Volvió a mirar con la esperanza de que hubiera desaparecido gracias a sus palabras. Eso ya no estaba en la esquina, pero no se había marchado aún.
         Ninguna sombra en la habitación mantenía su forma debida. A donde mirara, sus ojos se tropezaban con bocas llenas de colmillos afilados, cuerpos alargados y deformes, largas extremidades que terminaban en garras, ojos que no apartaban su mirada de ella.
Sofí estaba rodeada. En un intento desesperado, miró la puerta cerrada de su cuarto, tal vez podría huir. Pero no pudo. Algunas sombras bloqueaban la salida con sus fauces abiertas, si intentaba irse...
         El resto estiraba sus manos retorcidas por el suelo,  tratando de llegar a la cama para arrancarle las sábanas de las manos. Querían dejarla desprotegida, verla gritar de miedo, que no pudiera hacer nada en contra de ellos. Sofí sentía como un sudor frío se deslizaba por su espalda, tan desagradable como cuando alguien hecha unos hielos dentro de tu camisa.

         —M…ma..m…mamá…
         Apenas podía hablar, no lograba que su voz fuera más fuerte que un murmullo, un simple lloriqueo. Un grito, solo debía conseguir un grito fuerte y su madre iría a ver qué ocurría, encendería la luz, y Eso tendría que marcharse con todos los demás monstruos que había creado. Tragó el nudo en su garganta, grande como una uva entera. Después tomó una gran bocanada de aire y llenó al límite sus pequeños pulmones. Sus labios temblorosos se separaron para gritar y… no pudo. El grito no fue más fuerte que un gemido.
Ahí estaba Eso, mirándole fijamente con sus ojos vacíos desde los pies de la cama, sin moverse, solo observando. Sofí cerró sus manos sobre las sabanas con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos antes de comenzara a dolerle.
         Con lentitud, Eso estiró los dedos largos y afilados de una de sus manos, y los encajó en el edredón. Repitió el movimiento con su otra mano para después jalar su cuerpo deforme sobre la cama. Se detuvo unos minutos, interminables para la pequeña Sofí. Cuando Eso consiguió subir a la cama, el colchón se hundió bajo su peso. Comenzó a reptar por el colchón, repitiendo los mismos movimientos con manos una y otra vez. Rasgó las sábanas con sus huesudos dedos y las plumas que llenaban la colca salieron volando. Cada vez más y más cerca.
         Sofí solo podía mirar el avance de eso a lo que tanto temía todas las noches, eso de lo que no podía defenderse más que con luz, una luz muy lejos de su alcance. Su pecho subía y bajaba agitado, el corazón golpeaba con fuerza, la cabeza le daba vueltas, comenzando a marearse y ver luces blancas. No podía correr, no podía ocultarse, no podía hacer nada.
         Sus manos filosas llegaron al borde de las cobijas, las cuales Sofí soltó para no tener que tocarlo.
         Eso sujetó la almohada sobre la cual permanecía apoyada la cabeza de la pequeña.
         Eso se impulsó una vez más, lo que debería ser su rostro quedó sobre el de Sophie.

         …Y todo se volvió oscuridad.